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Imagen | Fernando Zhiminaicela en Pixabay

Por: Dra. Marta Illueca

La Dra. Marta Illueca es médica pediatra e investigadora científica

Desde el inicio de la pandemia, hemos vivido dos grandes etapas sucesivas: la temporada más devastadora, previa a la disponibilidad de vacunas, y la etapa actual, con vacunas y tratamientos debidamente autorizados para coartar el daño que puede causar la COVID-19 al organismo.

Hoy quiero referirme al impacto biológico que tiene el SARS-CoV2 en el cuerpo humano, detallando ciertas huellas distintivas, producto de la enfermedad, las cuales pueden marcarlo por tiempo indefinido.

Es desafortunado, que se ha tergiversado la ciencia que cuidadosamente ha descrito al coronavirus causante de la COVID-19 en sus constantes mutaciones y variantes ya conocidas.

Estos ejemplos que voy a citar son huellas patológicas del SARS-CoV2, que nos imprimen, en mayor o menor grado, un autógrafo temible de esta pandemia. Y no me refiero a la devastación mortal que vimos antes de tener vacunas disponibles, sino a la afectación con consecuencias a largo plazo que van mermando la capacidad funcional del panameño.  

Estas marcas pueden ser sociales, emocionales, biológicas y anti-productivas las cuales van restringiendo la funcionalidad de la fuerza motriz de nuestra sociedad.  Uno de los beneficios más importantes de las vacunas, y el menos valorado, aparte de prevenir severidad y muerte por la COVID-19, es precisamente el coartar el progreso hacia la temida “COVID prolongada” que puede afectar a sus víctimas por largos meses.

La primera huella, casi indeleble, de la COVID en el ser humano es cuando atenta contra nuestro entorno social y emocional. La necesidad de aislarse y reprimir nuestra necesidad de contacto humano ha sido el efecto más dañino a nuestro bienestar emocional a nivel de todas las edades, especialmente en la niñez y los jóvenes. Y es en ese entorno tan personal que se aprecian los detalles sutiles que no extrañamos hasta experimentar ciertas dolencias producto de la infección por COVID-19.  

La pérdida del olfato y del gusto, aunque fue más pronunciado con las cepas originales del virus, todavía se reporta en un porcentaje significativo de los afectados. El no poder disfrutar de una buena comida o de los aromas de la flores o de nuestra colonia favorita, es un recordatorio sombrío de nuestra fragilidad social. Nos guste o no, somos seres sociales y nuestra integridad moral sufre cuando nos vemos obligados a mantener distancia y aislamiento de nuestro prójimo.

En segundo lugar, están los efectos biológicos a corto y largo plazo que atentan contra nuestra supervivencia y longevidad.

La COVID prolongada, causa daño al corazón y pulmones, así como a la funcionalidad sexual y procreativa de parejas en edad reproductora.

Me abstengo de inundar este escrito con citas de artículos científicos, pues como nos decían nuestros maestros de primaria, me arriesgo a que a algunos les entre por un oído y les salga por el otro. Esto no es un llamado a lecturas complicadas sino al sentido común.

Por algo hemos necesitado clínicas de seguimiento post-COVID y las autoridades de salud han alertado sobre la necesidad de mantener al dia los controles de salud largamente descuidados como la hipertensión, diabetes, obesidad y otras condiciones crónicas que pasaron a segundo plano durante los pasados periodos de confinamiento.

La tercera categoría de gran peso para nuestro país es el impacto de la COVID-19 en  la  productividad y funcionalidad de nuestra sociedad.

Muchas de las secuelas crónicas de esta enfermedad son prevenibles y controlables con las vacunas disponibles en nuestro país, complementadas con los tratamientos ya avalados por la ciencia que pueden impedir esas marcas biológicas del virus en nuestro cuerpo.  

Sin embargo, un porcentaje significativo de panameños carece de las requeridas dosis de refuerzo, por una terquedad recalcitrante producto de los mitos y falacias de las redes sociales mal usadas que trivializan las consecuencias del contagio en los más vulnerables. Al paso que vamos, aunque queramos “gripalizar” la COVID-19, la estamos “fosilizando”.

En vez de recapacitar sobre el monstruo viral que ha devastado al país y al mundo, vemos que el escenario más malentendido y manipulado por muchos “expertos improvisados” es precisamente el de la ciencia.

Para muestra un botón, y hago una pausa para recordarles la algarabía que causaron en los años 90 las series de héroes estrambóticos como las “tortugas mutantes Ninjas”. Allí se ilustraba jocosamente la linea divisoria donde terminaba la ciencia y comenzaba la ficción. Curiosamente, tales “engendros de la naturaleza” fueron inspiradas por el descubrimiento científico de fósiles de tortugas con llamativas cachos en la cabeza y picos en la cola, que recuerdan a las proteínas microscópicas de “espiga” que rodean al coronavirus.

Pues las nuevas tortugas Ninjas no son los héroes que nos defendían en las series televisivas contra los malandrines del mundo. Las nuevas mutantes son del temido coronavirus, las que al tocarnos nos trastornan nuestro santuario corporal, y nos incapacitan en mente, cuerpo y espíritu. Es hora de apreciar y apoyar a la ciencia, donde la realidad y la ficción quedan claramente delimitadas. Este es el único camino para salir adelante y dejar atrás esta pandemia.

Por: Dra. Marta Illueca. Este artículo fue publicado de manera original en el diario La Prensa de Panamá, el 7 de agosto del 2022